martes, agosto 02, 2011

¡No hay hombres!

imagen de Toni Villaró en Flickr


Es la sentencia que vengo escuchando desde hace unos años, posiblemente tres, o es posible que haya estado flotando desde siempre en la década de los treinta y me refiero a la edad.

Nunca le habia prestado atención, pero desde que cumplí treinta y conforme sigo sumando años, me doy cuenta que cada vez valgo menos y que hay una vasta legión de mujeres que acentuan su disconformidad contra el hombre, el sexo masculino en general. Es la década en que la mujer crucifica, sataniza, ridiculiza y sansiona toda forma de conducta masculina. No obstante suspira, anhela, desea, espera, hace brujeria, baños de florecimiento y ruega en silencio que su principe azul, más real que el principe encantador, llegue a su vida.

Lo desea tanto que al mismo tiempo lo aleja y espanta. Y es que una mujer en los treinta es tan peligrosa y altiva que mira con desdén a cualquiera que ose pretender un acercamiento romántico en buenos términos. Es la edad en que no creen en cuentos, creen en hechos y cuentas, en números bancarios, en billeteras con efectivo, en solvencia social y moral.

La balla es muy alta y si la llegas a pasar, recurren a las amigas de toda la vida, sesionan en privado y hacen escarnio del posible candidato, lo desmenuzan mejor que hilachas para el ají de gallina. La consulta popular se hace esperar, y el candidato que desconoce el minucioso estudio que hacen de él, espera sin saber la gran respuesta.

Éste proceso ha durado con seguridad varios meses. Pocos lograrán hacerse de una relación que promete y muchos, la gran mayoría no habremos pasado del flirteo de una noche.
Para bien o para mal, tal como me lo dijo mi hermana que recorre los treinta. Para los hombres que como yo, que ya tengo una hija y soy separado hace muchos años, es muy cómodo tener relaciones etéreas y el sentido de compromiso no está considerado en lo absoluto. Nadie se quiere comprometer. Me dice ella, que aún es soltera.

La mujer en los treinta, sin hijos de por medio, son un bocado apetitoso, es, a mi juicio, la edad perfecta para sentar cabeza, han alcanzado la madurez física y la experiencia sexual que les permitirá dominar cualquier relación que se les presente, sumado a esto está la experiencia laboral acumulada y la independencia económica que contribuye a su fortalecimiento. Una mujer en los treinta es, sencillamente, un reto de valientes.

Pero ¿por qué nos odian tanto? Hagamos un recuento de lo que No hemos hecho por ellas.
No les dijimos que teníamos un compromiso paralelo? es posible.
Que trabajamos mucho todo el día y se nos pasó llamarla. Es un hecho.
Acaso no recordamos la fecha de aniversario? Palabras mayores.
Pero lo más importante, no les dijimos de lo bien que nos hacía su presencia, ni de la falta que nos hacen ahora. Nos olvidamos de sonreirles, de escucharlas, de sorprenderlas con un detalle, de compartir nuestros planes y sobre todo pasamos por alto sus sugerencias, como si no valieran nada.

Hoy por hoy, hemos contribuido a que ellas afirmen a viva voz que ¡No hay hombres! y el temor de acercarse el precipicio de los 35, incluso los 40 retumba cada vez más fuerte en sus cabezas. Las más serenas no pierden la calma, y su estrategia es agotar todas las posibilidades, se cubren de prendas sexys, se inscriben en el gimnasio, asisten a reuniones siempre que pueden y no descartan escuchar con interes alguna propuesta convincente que evaluar.

Las que han tirado la toalla, pienzan en adopción y criar solas a un niño, algunas más radicales en la inseminación artificial y la que aún piensa en la fórmula clásica aceptará al que menos se lo espera, al que no encaja para nada dentro de lo que siempre aspiró como esposo y padre de sus hijos. De ahi que resultan tomadas de la mano, de un petizo, de un feo, de un machista, de un chiquillo, de un vejete separado, de su amigo de la infancia, de un panzón cuarenton o de un guapo calabaza. Ellos llegarán como salvavidas ante el título de solteronas y ellas defenderán su elección.

Ahora que todo se pienza con cabeza fria y que nadie cree en cuentos de hadas, ahora que la duda y el miedo al fracaso es una constante, sólo puedo decir y pedir que nos se pierda la fe. Que el amor bello, fresco y desinteresado que se vivió en la adolecencia y en los veinte, se encuentra detrás de nuestras barreras de nuestros miedos. Aún se puede bajar la guardia, confiar y con los ojos cerrados dejarnos llevar. ¿Qué es lo peor que nos podría pasar?

Fasalá

1 comentario:

Lou Ca Sa dijo...

Las mujeres, como sabes somos de un punto de vista distinto en varias areas, especialmente en lo que es la apreciacion del amor.
Debes de entender que a estas alturas de la vida, despues de tantas pruebas, no todo es igual nii mucho menos simple.